diumenge, 18 d’octubre del 2009

Unas 28.000 personas viven encajonadas entre Israel y el muro de Cisjordania


Unas 28.000 personas viven encajonadas entre Israel y el muro de Cisjordania

• No pueden entrar ni salir de sus aldeas ni recibir visitas sin permiso, y tienen prohibido edificar


Un niño vuelve del colegio por el control militar israelí que separa Numan de Cisjordania.
Foto: RICARDO MIR DE FRANCIARICARDO MIR DE FRANCIA

NUMAN
EL PERIODICO DE CATALUNYA, 18-10-09

Viven encerrados entre vallas o muros por tres o cuatro costados. Para entrar y salir de sus pueblos deben atravesar controles militares presentando un permiso. No pueden recibir visitas de amigos o familiares. Tienen prohibido edificar. Y las ambulancias requieren una autorización para acceder. Nadie les ha juzgado, pero unos 28.000 palestinos, atrapados entre Israel y el muro de Cisjordania, viven condenados en un régimen oficioso de libertad condicional. Son presos invisibles, casi como sus compatriotas de Gaza, y se les hace la vida imposible para que se vayan.
Numan es una de esas aldeas cercadas. A primera vista parece un lugar idílico. Se levanta sobre un cerro entre Jerusalén y Belén, a menos de 10 kilómetros de las dos. El aire es puro y las vistas, estremecedoras. Olivares y huertas cuidadas con mimo se desparraman por sus laderas. Pero este paisaje pastoril, donde viven 170 personas en espaciosas casas de piedra, tiene trampa. Vallas electrificadas, vigiladas por torretas militares israelís, rodean completamente el pueblo. «Nos han separado de nuestros centros vitales, Belén y Jerusalén. Israel quiere quedarse con la tierra, pero vaciándola de sus habitantes originarios», afirma Yusef Deraui, vecino de Numan.
Sus problemas comenzaron en 1967. Tras conquistar Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, el Estado judío puso la aldea bajo control de la municipalidad de Jerusalén. A sus habitantes, sin embargo, les concedió documentos de identidad cisjordanos. Esta dislocación forzosa se hizo realidad tras los Acuerdos de Oslo (1993), cuando Israel empezó a imponer el cierre de fronteras a los palestinos. Los vecinos de Numan pasaron de la noche a la mañana a ser ilegales en la ciudad santa.
Sin escuelas ni tiendas
«Nos notificaron que nuestros hijos ya no podrían ir al colegio en Jerusalén Este. Ahora andan 6 kilómetros hasta Beit Sahur (Belén) porque no dejan que el autobús los recoja en el pueblo», cuenta Deraui. El Ayuntamiento no les presta servicios ni les cobra impuestos, pero sí aplica sus leyes cuando le interesa. En el 2006 demolió dos casas, donde vivían 13 personas, porque se construyeron sin permisos municipales. Tanta discriminación les hierve la sangre. Israel invierte cada año cientos de millones en el asentamiento judío vecino de Har Homa, que en su próxima expansión tiene previsto confiscar un suculento bocado de las tierras de cultivo de Numan.
Sin permisos para edificar, Numan es una aldea dormitorio. No tiene colegios, ni tiendas, ni ambulatorio, ni instalaciones deportivas. Una clínica móvil de la ONU solía ir una vez por semana, pero desde hace algún tiempo los soldados que custodian los accesos al pueblo no dejan que entre. Tampoco permiten que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) preste servicios. «Antes de que construyeran el muro, la ANP levantó unos postes para llevar el teléfono al pueblo, pero los militares los desmantelaron», recuerda Deraui en el salón de su casa. En otra ocasión impidieron que los bomberos entraran para apagar el incendio de una arboleda.
El hostigamiento y la sensación de vivir en una cárcel creció con la construcción del muro, en este caso una valla electrificada. «Al comenzar las obras, en el 2002, intentaron expulsarnos a todos. Cada noche entraban los soldados y arrestaban a varios de nosotros», cuenta el primo de Deraui, Mohamed. Alarmados, llevaron su caso al Tribunal Supremo de Israel. La máxima instancia judicial del Estado sionista reconoció su propiedad de la tierra, pero sus vidas siguieron empeorando.
Los jóvenes se van
Las gentes de Numan pueden ir a Cisjordania y, en algunos casos, a Jerusalén, pero nadie puede visitarlos sin un permiso que puede tardar meses o no llegar nunca. Los niños no pueden invitar a sus amigos; sus parientes no pueden visitarlos y quien se casa con alguien de otro pueblo debe marcharse, porque no se autoriza a nuevos residentes. «Mi hermana intentó venir a ver a mi madre cuando se estaba muriendo, pero no le dieron permiso. Al final tuvimos que llevarla a Belén para que pudiera despedirse de su hija», relata Mohamed Deraui con tristeza.
Sitios como el de Numan los sufren miles de palestinos, confinados al oeste del muro, en la llamada zona de seguridad entre Cisjordania e Israel. «Los jóvenes se van porque no hay opción de prosperar. Pero los viejos nos quedamos. Nuestras raíces están aquí y son tan fuertes como las de los árboles», concluye Yusef Deraui.